martes, 5 de diciembre de 2017

Estulticia suprema

El Reino Unido se encuentra preso de sus propias contradicciones en la negociación con la Unión Europea. La primera ministra estuvo ayer a punto de alcanzar un acuerdo, que fue impedido in extremis por su socio de gobierno, los unionistas norirlandeses. Se trata de un nuevo revés, fruto una vez más de la estulticia.

Theresa May, que disponía de mayoría absoluta optó por unas nuevas elecciones con el objetivo de incrementar aún más su apoyo parlamentario para negociar con mayor posición de fuerza la salida del Reino Unido de la UE. El resultado de tal instrumentalización democrática fue nefasto. La primera ministra perdió la mayoría en la cámara y necesitó de los unionistas del Ulster, los partidarios de mantener Irlanda del Norte bajo la soberanía británica, para poder formar gobierno.

Tras negociarse el monto de dinero que le va a costar el divorcio al Reino Unido, que pendiente de conocerse exactamente superará los 40.000 millones de euros, más de seiscientos euros por cada uno de los británicos, incluidos niños y ancianos, quedaba por cerrar el espinoso asunto de la frontera en la isla de Irlanda. Una frontera, inexistente desde los acuerdos de paz que pusieron fin al terrorismo del IRA, que ahora se convertirá en exterior de la Unión Europea. La República de  Irlanda, cuya posición de fuerza se ha incrementado tras el brexit, se niega a que vuelva a levantarse un límite fronterizo con una parte de la isla irredenta que siempre considerará suya.

El problema intentó resolverlo la primera ministra acordando con la UE que no sería necesaria la frontera, comprometiéndose a coordinar su política sobre el paso de personas y bienes, haciéndola coincidente con la que dicte Bruselas. Pero, los unionistas desconfían, ya que eso supondrá en el futuro una diversificación legislativa entre lo que regirá en Irlanda del Norte y lo que estará vigente en el resto del Estado británico, ensanchando así la brecha entre el Ulster y la isla de Gran Bretaña, anatema para todos aquellos que se niegan a la más mínima diferencia existente entre una y otra parte del Reino Unido.

Ya debe ser triste que el gobierno británico, obligado por un referéndum que dictó la salida británica de la UE en aras de disponer de manos libres a la hora de decidir su futuro, se vea obligado a aceptar la legislación europea para mantener el status quo en Irlanda. Pero todo ello es fruto de otra estulticia. Aquella que llevó al predecesor de Theresa May, David Cameron, a convocar un referéndum para acabar con la contestación interna en su partido, el conservador. De nuevo, una instrumentalización de la democracia que ya pagan los 65 millones de británicos.    

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