Se frotará los ojos o azuzará el oído, hasta comprobar que es cierto lo que ve u oye. Incluso, tal persona se permite motejar a la Unión Europea calificándola de decadente y obsolescente. Y, para más inri, propone organizar un referéndum, eligiendo él quienes votarían, para cambiar a los europeos.
En ese momento, el europeo en cuestión ya estará pellizcándose, ante tamaña instrumentalización de la democracia. Y justo, cuando una sana indignación se apodere de él, se preguntará que quien es ese tipejo que pretende cambiarle la vida.
Al final de la información, le explicarán que tal sujeto es español. Al menos, un referente conocido, pensará, aunque solo sea por relacionarlo con el sol, la paella y el Barça. Y en ese momento, una santa ira se apoderará de él, aunque consiga contenerla recordando lo que le pasó a otro populista, a un tal Tsipras, quien amenazó con otro referéndum, que condenó a su país a pagar más por recibir la ayuda europea. Ese ejemplo, templará su ánimo, aunque siga sin entender como no meten en vereda a ese demagogo.
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