lunes, 9 de octubre de 2017

No hay razones para el optimismo

Ocho días después del referéndum ilegal y uno antes de que asistamos en el Parlament a la escenificación que el soberanismo decida hacer respecto a la implementación de aquellos resultados, en los que solo participó un 43% del censo catalán, según los propios datos de la Generalitat, obtenidos además sin una verificación independiente, la tensa situación que se vive en Cataluña parece haber haber llegado al paroxismo. Sin embargo, existen razones para considerar que lo peor está aún por venir.

No comparto el optimismo surgido tras la manifestación de ayer, porque la fractura de la sociedad catalana ha llegado a su máxima expresión. El pesimismo nace del hecho de que no basta con que frente a la minoría mayoritaria independentista, saliese el domingo a la calle, hasta ahora monopolio de los primeros, una multitud de varios centenares de miles de personas, a las que se ha denominado hasta ahora como mayoría silenciosa, o, tal vez con más perspicacia, mayoría silenciada con respecto al discurso correcto establecido por las propias instituciones catalanas a lo largo de las tres últimas décadas de gobierno autonómico. Hace falta un mensaje aglutinador, que triunfe conceptual y emocionalmente frente al elaborado por el independentismo a lo largo de estos últimos años.

Difícil resulta precisar cual de esas dos expresiones de catalanidad cuenta con más respaldo popular, pero sin duda la primera está mucho más cohesionada y estructurada, a través de asociaciones que hasta en su denominación han asumido un lenguaje totalizador, como el ejemplo de la Asamblea Nacional de Cataluña evidencia. En cambio, la segunda carece de organizaciones tan poderosas y que cuenten además con la necesaria financiación, que en el bando rival fluye desde las instituciones públicas. Sociedad Civil, la organización convocante de la manifestación del domingo, no tiene la capacidad para cohesionar del mismo modo a los suyos.

El problema para los catalanes que optan por mantenerse en España se agrava por la división partidista. Mientras que los independentistas han reducido su militancia a un solo partido preponderante, Esquerra Republicana de Catalunya, que utiliza a los radicales de las CUP como fuerza de choque, en una estrategia facilitada por el suicidio del catalanismo moderado de lo que fue Convergència en una pasmosa trayectoria liderada por Artur Mas, los que apoyan la permanencia se encuentran aún más divididos. Los tres partidos que podrían liderar a los no independentistas son rivales contrapuestos en la política nacional, aspirando a sacar réditos a este lado del Ebro de lo que pase más allá. Es más, puestos a cohesionar a la multitud que ayer se manifestó se echa en falta un discurso que englobe las múltiples sensibilidades de los que salieron a las calles de Barcelona. Incluso, uno de esos partidos, el PSC, no convocó formalmente la movilización, evidenciando que los socialistas catalanes aún no han salido del armario, hecho confirmado con la ausencia de su líder, Miquel Iceta, en la más relevante manifestación vivida en Cataluña en los últimos días.

Así que en los dos bloques existentes, las circunstancias son muy diferentes. Frente a unos, cohesionados, disciplinados y decididos, apoyados por un relato épico, solo hay al otro lado, hoy por hoy, una masa muchos menos ideologizada y unida, y que solo puede apelar a argumentos racionales, como la fuga de empresas de Cataluña muestra.

Un terrible choque frentista en el que unos tienen más que ganar que los otros, por mucho que a estos últimos les apoye un gobierno que en su defensa de la legalidad, en vez de hacer prevalecer el Estado de derecho, es capaz de cometer errores garrafales como se evidenció el 1 de octubre. Ese día, los primeros constataron, con alborozo, que sus instituciones y los instrumentos a sus órdenes fueron capaces de imponer sus decisiones, evidenciando la fortaleza del golpe de Estado dado en el Parlament el 6 y 7 de septiembre.

Por todo ello soy pesimista. El único rayo de luz vendría por una elecciones a celebrar cuanto antes, confiando en que eso pararía la pendiente que nos lleva a la violencia, pero siendo conscientes de que tampoco despejaría todas las dudas en Cataluña. Porque, el cohesionado frente independentista no va renunciar así por así a su sueño, que tiene más cerca, practicando el frentismo y la fractura social desde las instituciones, que la democracia, a diferencia de la amalgama que se le opone, que ha de confiar en un gobierno sentido como demasiado lejano.

Una maldición que pagaremos todos, especialmente los catalanes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario