martes, 10 de octubre de 2017

Companys

Hoy les voy a hablar de Lluis Companys, el presidente de la Generalitat que fue fusilado en 1940 por el franquismo, después de ser entregado desde la Francia ocupada por la Gestapo. Lo hago no solo para evidenciar la torpeza del dirigente del PP, Pablo Casado, advirtiendo a Puigdemont, sino sobre todo para que el PSOE no cometa el mismo error vacilante en el que incurrió en la Segunda República.

Antes de seguir hay que dejar claro que Companys no declaró la independencia de Cataluña. Lo que hizo en 1934 el entonces presidente de la Generalitat fue proclamar el Estado catalán, dentro de una inexistente República federal española. No está de más recordar que la República fue un régimen integral unitario, que admitió en algunos casos una descentralización, basado en unos estatutos de autonomía. En virtud de ello, Cataluña alcanzó en 1932 el autogobierno, recuperándose las instituciones de gobierno de las que había gozado en el Antiguo Régimen, entre ellas la Generalitat.

La proclamación de Companys no fue una decisión del Parlamento catalán, sino del presidente de la Generalitat y pretendía precipitar una revolución en la que las fuerzas izquierdistas españolas pusieran fin a la Segunda República y provocasen la constitución de una república federal, en la que Cataluña obtendría una relación bilateral con el nuevo Estado español. Se alcanzaría así la vieja pretensión del nacionalismo catalán de lograr una relación confederal con España, que permitiera entre otras cosas una administración de justicia independiente, sin someterse, por tanto, a la doctrina del tribunal Supremo y sin temer la jurisdicción española, algo que agradecería hoy en día Jordi Pujol. Es decir, salvo en que se trataba de un golpe de Estado, no existe ningún paralelismo con lo que hoy consumará Puigdemont, exceptuando también teorías más conspirativas, que nos llevarían a creer en la existencia de una entente entre el independentismo catalán y Podemos para cambiar el régimen de 1978. Una simple cena entre Pablo Iglesias y Oriol Junqueras son pocos mimbres para abrazar tal tesis, que me limito a consignar.

Volvamos a la Segunda República, gobernada por un ejecutivo centrista, apoyado por la derecha, elegido en las primeras elecciones democráticas de la historia de España, que respondió con presteza y dureza. El Ejército revertió inmediatamente la situación y detuvo a Companys, quien fue condenado a 30 años de cárcel por rebelión por el Tribunal de Garantías Constitucionales republicano. 

En 1936, con Companys en la cárcel, el Frente Popular, una coalición de izquierdas en la que participaba el PSOE, alcanzó el poder. El nuevo gobierno amnistió a Companys y restituyó la autonomía a Cataluña. De esa manera, el dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya recuperó la Presidencia de la Generalitat. El 18 de julio de aquel año, un golpe de Estado militar inició una trágica y larga Guerra Civil. En Barcelona, el alzamiento fracasó, pero la Generalitat fue incapaz de garantizar el orden, que quedó en manos de milicias obreras, especialmente anarquistas, que impusieron su ley y el terror a la burguesía catalana. Francesc Cambó, líder del catalanismo moderado, aplaudió el alzamiento militar y colaboró con el franquismo.

El resto lo saben. El Ejército franquista entró en Barcelona a finales de enero de 1939, siendo recibido y vitoreado por muchos de los que habían sufrido al inicio de la guerra. Companys se exilió en Francia, donde fue detenido por la Gestapo. Entregado a las autoridades franquistas, fue juzgado sin garantías y condenado a muerte por rebelión militar, el eufemismo que el régimen aplicaba a los que habían perdido la guerra. El 15 de octubre de 1940 fue fusilado. Dentro de cinco días, hará de eso 77 años.

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