martes, 31 de octubre de 2017

La izquierda sale del armario

La izquierda empieza a salir del armario frente al nacionalismo. Eso, sí, le ha costado. Ha necesitado que pesos pesados del progresismo, como Josep Borrell o Paco Frutos, representantes de las corrientes socialista y comunista, respectivamente, salieran a la palestra a decir una obviedad: la izquierda lucha por la mejora de las condiciones de los más desfavorecidos, no por ninguna patria. Recuerden: Proletarios del mundo, uníos.  El Manifiesto de la I Internacional finalizaba precisamente con esas palabras.

La abducción sufrida por la izquierda a manos del proceso soberanista catalán ha sido espectacular, hasta el punto de triturar a lo largo de los años a la principal formación de izquierdas, los socialistas del PSC, y extinguir los restos prestigiosos del comunista PSUC. Ahora, es Podemos el que ha sido abierto en canal debido a la deriva nacionalista.

Cuando la izquierda no se hace inmune al nacionalismo, este le fagocita y lo convierte en la peor infamia de la humanidad: el nacionalsocialismo.

lunes, 30 de octubre de 2017

Manipulación de la Historia

Ha sido una constante a lo largo del proceso soberanista la manipulación y tergiversación de la Historia, pecado común a todos los nacionalismos, que necesitados de una visión historicista incurren en lo que historiográficamente se denomina invención de la tradición. El último ejemplo lo pudimos apreciar el sábado en el baño de masas que se dio Carles Puigdemont en el feudo independentista de Girona. Recuerden las imágenes: El ya expresidente de la Generalitat acudió al casco histórico de la ciudad, donde fue aplaudido y agasajado por sus partidarios, mientras tomaba unos vinos. En uno de sus trayectos llegó a la plaza de la Independencia, ya en el ensanche burgués de Girona. 

Fue el momento en que Puigdemont señaló la placa de la plaza en un gesto que buscaba la complicidad de los fieles que le acompañaban. El problema es que la independencia aludida no era la pretendida de Cataluña, sino la de España. 

Me explico. La plaza de la Independencia de Girona rememora el terrible asedio a la ciudad de 1809 que el ejército napoleónico infligió en la Guerra de la Independencia. Se trató, pues, de la resistencia frente al francés, que pese a la derrota, supuso un hito en la construcción nacional española, que como es sabido inició su andadura en aquellos primeros años del siglo XIX. Hasta diez mil personas, entre soldados y vecinos, murieron en aquellos heroicos siete meses, comparables a los vividos en Zaragoza y que fueron recordados por Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales.

De hecho, los catalanes de la primera mitad del ochocientos contribuyeron entusiásticamente a la construcción nacional española que desde las Cortes de Cádiz pretendió erigir un Estado liberal, que por su progresismo fue la luz en la que se miraron otros muchos pueblos europeos y americanos que ansiaban salir de las tinieblas del Antiguo Régimen.

Entrada ya la segunda mitad de aquel siglo XIX, al calor del Romanticismo que inundaba Europa y que identificaba la lengua con el volksgeist, con el espíritu del pueblo, una parte significativa de aquellos nacionales giraron hacia la consideración de Cataluña como un ente diferenciado de España. No fueron muchos y sobre todo no era un planteamiento excluyente en el sentido de que ambas identidades eran compatibles. Fueron los años de la Renaixença y de la burguesía catalana que aspiraba a ser la locomotora de España, imitando a los emprendedores del Piamonte que dirigían la Italia unificada por la monarquía de los Saboya. 

Tal proyecto, que forjó en gran medida a España, se mantuvo durante décadas y ya en el siglo XX fue conceptualizado por Francesc Cambó, el gran líder del nacionalismo inclusivo, que lo definió en una sola frase: Per catalunya i l´Espania gran. Así, fue a lo largo del resto del novecientos, aportando ese nacionalismo moderado en no pocas ocasiones la estabilidad necesaria de España.

Todo eso cambió a partir de 2012, cuando esa misma elite se embarcó en el proceso soberanista en busca de una identidad exclusiva. Pero tal pirueta, legítima como todas, no debe hacernos olvidar los hechos históricos, que inciden en que los ascendientes de los catalanes que acompañaban el sábado a Puigdemont lucharon a muerte por la independencia española frente al francés. 

Dirán ustedes que siete generaciones después no quedan de aquellos. Puede ser, pero muchos de los que ayer se manifestaron en Barcelona son fieles herederos de los que sufrieron el asedio de Girona.

viernes, 27 de octubre de 2017

jueves, 26 de octubre de 2017

Alea jacta est

Es conocido que tales fueron las palabras de Julio César, el dirigente de mayor prestigio de la facción popular, cuando saltándose la legalidad, perpetró el golpe de gracia contra la república, utilizando el beneficio del pueblo como argumento justificativo de su actuación. Hoy, dos mil años y sesenta y seis años más tarde, podemos volver a pronunciarlas y como entonces aciagos temores se desatan, meros presagios de un negro porvenir.

El presidente de la Generalitat parece decidido a consumar su golpe de Estado contra el Estado español, despreciando el diálogo y proclamando la independencia catalana. Y lo haría ignorando la ley y el Estado de derecho, y ocultando que no disfruta de una mayoría democrática que avale su ambición.

Mañana la suerte estará echada. Y nada impedirá que la violencia se enseñoree de nuestras vidas. Como cuando fue vadeado el Rubicón. Esperemos que en estas últimas horas, prevalezca el criterio de no atravesar el río.


miércoles, 25 de octubre de 2017

El nuevo emperador

Xi Jinping ha sido elevado en el último congreso del Partido Comunista de China, clausurado ayer, a la misma categoría que tuvo en vida Mao Zedong. Alcanza así un estatus de poder comparable al líder revolucionario. En 2022, aspirará a un tercer lustro en el ejercicio de la Jefatura del Estado, de la presidencia del máximo órgano militar y en la todopoderosa Secretaría General del PC. 

Se convertirá así, tras Mao, en el más longevo dirigente de la China comunista. Una nación, que bajo el férreo mando de Xi Jinping, aspira sin tapujos a convertirse en el país dirigente del mundo, mientras Estados Unidos y Europa son presas de todo tipo de populismos, prestas con sus anteojeras a dividirse y tan arrogantes que ni siquiera prestan atención a la proclamación del nuevo emperador.

martes, 24 de octubre de 2017

Dos escenarios, dos futuros

La semana pasada les hablé de los dos escenarios que durante esta semana protagonizarían la crisis catalana: el Senado y las calles. El primero, como un espacio democrático. Y el segundo, revolucionario. Evidentemente, cuanto más productivo sea el debate en la Cámara Alta más posibilidades habrá de parar la peligrosa pendiente por la que nos despeñamos todos los españoles. Y al contrario, cuanto más algaradas haya, más cerca del desastre final estaremos.

La posible presencia de Puigdemont en el Senado es una gran noticia, que debería completarse con un debate y con una decisión democrática al final del mismo. De ser así, lo cual es mucho suponer hoy en día, veríamos la primera luz en meses de oscuridad, porque eso supondría que el presidente de la Generalitat sigue al fin el modelo del lehendakari Ibarretxe que propuso una nueva relación vasca con España y tras ser derrotado democráticamente, desistió.
 
En cambio, las proclamas a la lucha de las CUP, los llamamientos de los Jordis a la resistencia y las manifestaciones previstas en los próximos días, sean de un signo u otro, nos conducen al pozo negro que está al final de la cuesta por donde rodamos.

lunes, 23 de octubre de 2017

Encuestas

Después de unas semanas intensas en la crisis catalana, por fin han aparecido las primeras encuestas que pretenden precisar las oscilaciones producidas en los últimos días. Desgraciadamente, ninguna de ellas recoge el anuncio de la decisión del gobierno de poner en marcha el proceso del artículo 155 de la Constitución, pero sí fueron hechas tras los encarcelamientos de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, y después de la ceremonia de la confusión practicada por el independentismo en el pleno del Parlament del pasado día 10.

El titular de las encuestas es claro: el independentismo no incrementa su respaldo popular, pero mantiene su presencia. Una de las encuestas, la que publica El Periódico de Catalunya, le otorga la misma mayoría absoluta en escaños, que no en votos, de la que todavía goza en la presente legislatura. La otra, aparecida en La Razón, reduce esa hegemonía, haciendo perder al independentismo tal mayoría absoluta por un escaso margen.

El hecho de que el independentismo no rentabilice, al menos hasta el momento, la presión que el Estado empieza a ejercer en Cataluña puede explicar que la Generalitat y en concreto su presidente, Carles Puigdemont, se niegue a convocar elecciones, detalle que vuelve a mostrar que una cosa es invocar continuamente la democracia y otra ser demócrata. 

Pero los resultados de las encuestas tampoco avalan que los constitucionalistas hubieran dado la vuelta a la situación, por lo que no se explica la insistencia de Ciudadanos y PSOE, y en menor medida del PP, a favor de la convocatoria inmediata de elecciones. 

Los sondeos revelan un empate, el mismo empate en que llevamos instalados varios años, el empate infinito que amenaza con mantenerse en el futuro. Un futuro largo y muy problemático, que alargará el drama al que nos dirigimos.

jueves, 19 de octubre de 2017

Todo vale

La pomposamente denominada Asamblea Nacional de Cataluña y Òmnium Cultural han convocado hoy a sus fieles seguidores a retirar depósitos de los bancos Sabadell y Caixa Bank, como protesta ante la traición que a sus ojos han cometido tales entidades. Entienden, además, que así dan una lección y dejan clara la preponderancia de la democracia sobre la economía. 

Tal populista argumento fue iniciativa de Oriol Junqueras, quien amenazó hace unas semanas a Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, con pedir a los catalanes que sacaran sus ahorros de los bancos, provocando una crisis sin precedentes. Morir matando, escribí entonces. 

Tal vez me quedé corto.

Los escenarios de la batalla

En los próximos días, la crisis catalana presentará dos escenarios. Uno, el Senado, derivado de la progresiva aplicación del artículo 155, que incluso podría facilitar el diálogo, y otro con epicentro en las calles, donde asistiremos a movilizaciones cada vez más permanentes con el telón de fondo de la proclamación, ahora sí, de la independencia.

En ambos lugares se jugará la lucha de poder a la que asistimos, no como meros espectadores, sino como damnificados.

miércoles, 18 de octubre de 2017

El evento más relevante

A veces conviene levantar la mirada y dejar de ver las sombrías perspectivas de lo más cercano que te rodea. Por eso, hoy les propongo hablar de uno de los eventos más relevantes de los que hoy hay en el mundo. Les hablo del Congreso del Partido Comunista de China. En concreto, del decimonoveno cónclave de la formación política más poderosa del planeta, hasta el punto que cuenta con más de ochenta millones de afiliados.

El congreso comunista que se celebra desde hoy en Pekín supone la puesta en escena de China como gran potencia mundial, capaz de hacer sombra a Estados Unidos y aspirar en pocas décadas a sustituir a quien ha sido durante el siglo XX  el país con mayor influencia en el resto de la tierra. Durante todos esos años, definidos como el gran siglo americano, la cultura norteamericana ha inundado el resto del mundo, así como sus valores e ideología, convirtiendo al planeta en el que vivimos en algo globalizado y con una impronta muy particular, marcada por el estilo de vida estadounidense.

Puede que estemos muy cerca de un cambio sustantivo en ello y que Trump solo sea un síntoma del fin de una época. Si eso fuera cierto, no habría nadie tan bien colocado como China para reemplazar a Washington en la guía mundial.

Pekín lleva años preparándose para eso, bajo una poderosa estructura interna, el Partido Comunista, que desde hoy ensalzará al líder que desde hace cinco años controla tan colosal maquinaria: Xi Jinping, a quien los 2.300 delegados presentes en su congreso, colocarán a la altura de Mao Zedong. De hecho, Xi Jinping puede convertirse en el primer sucesor del Gran Timonel que logre permanecer más de diez años en el poder. El partido de Xi Jimping es, pues, una maquinaría ordenada y engrasada con un objetivo claro: convertir a China en el espejo del mundo.

Y frente a ellos, nosotros, en una Europa cada vez más dividida, enferma de nacionalismos y populismos.


martes, 17 de octubre de 2017

Las calles

Las calles se convertirán en los próximos días en el epicentro de la crisis catalana. Y lo serán porque el independentismo, tras el desconcierto vivido con la ceremonia de la confusión de Puigdemont del pasado martes en el Parlament, acelerará la insurrección que protagoniza frente al Estado. 

Desde hoy están convocados a protestar por los encarcelamientos de los dirigentes de la Asamblea Nacional de Cataluña y de Òmnium Cultural. Ambas asociaciones volverán a mostrar el músculo protestatario que el proceso soberanista ha tenido a gala en los últimos años. Su capacidad de respuesta, frente a las decisiones de la Justicia, será clave en su tentativa de desbordar al Estado de derecho, después de constatar que la estrategia plebiscitaria ha vuelto a llevar el asunto a un punto irresoluble.

La protesta en las calles será, pues, relevante, en la lucha despiadada de poder a la que asistimos. En ella, será importante constatar si el mundo universitario y estudiantil, que protestó masivamente por la torpeza gubernamental en el 1 de octubre, se vuelve a sumar a la algarada, apoyando a los fieles de las asociaciones independentistas. 

En ese escenario pueden volver a ser decisivos los Mossos d´Esquadra. Y por supuesto, quien los mande. Ahí, el artículo 155 adquiere toda su relevancia.

miércoles, 11 de octubre de 2017

La respuesta a la ceremonia de la confusión

Tengo mis dudas de que sea oportuno, estratégicamente hablando, haber activado hoy el artículo 155 de la Constitución. Es cierto, que se trata de momento de un mero requerimiento al presidente de la Generalitat para que aclare lo escenificado ayer en el Parlament, que siendo elegantes podría definirse como ceremonia de la confusión.

Al final de lo vivido en la cámara autonómica se pueden extraer unas pocas certezas. La primera es que Carles Puigdemont adujo en un discurso las razones que a su juicio acreditan la independencia de Cataluña, basadas eso sí en un referéndum sin garantías que según sus propios datos solo voto un 43% de los catalanes, extremo que en el mundo democrático no es un argumento. 

La segunda es que 72 diputados del Parlament, de un total de 135, suscribieron un Manifiesto por la independencia. Tales diputados son la mayoría absoluta de la cámara autonómica, pero lo que firmaron no fue tramitado por el pleno del parlamento, aunque se escenificase en una de las salas del edificio de la institución. No fue por tanto, un acto del Parlament, sino solo de una parte de la cámara, que en número de votos representados no alcanza, además, la mayoría absoluta de votantes catalanes.

Tercera, la más importante, es que ayer, más allá de escenificaciones, se constató las divisiones existentes entre los independentistas, entre Junts pel Sí y la CUP. Tal vez ahora era el momento de alentar esa división, fracturando la mayoría parlamentaria soberanista. 

Y cuarta es que Puigdemont aprovechó la presencia de un considerable número de periodistas extranjeros para publicitar el mensaje de que los independentistas están por la negociación e insistir en una mediación internacional que les garantice de entrada la bilateralidad pretendida y posibilite, precisamente, el estatus aspirado.
Ante esta última, el PP y el PSOE han acordado abrir la reforma constitucional, que permita el diálogo y alumbre una negociación basada en la legalidad vigente, que excluye precisamente la independencia. Tal planteamiento cumple con los requisitos que desde la Unión Europea se han insinuado al gobierno: dialogar dentro de la ley, lo que va en consonancia con el modelo de Estado de derecho defendido por Bruselas, que ha permitido la más exitosa construcción democrática existente en el mundo.

Tal vez, hoy había que poner el foco de atención en esta última medida: la del diálogo dentro de la ley, la de la democracia y del Estado de derecho. Y dejar para más adelante la activación del 155, mientras se rompía más el independentismo. 

martes, 10 de octubre de 2017

Companys

Hoy les voy a hablar de Lluis Companys, el presidente de la Generalitat que fue fusilado en 1940 por el franquismo, después de ser entregado desde la Francia ocupada por la Gestapo. Lo hago no solo para evidenciar la torpeza del dirigente del PP, Pablo Casado, advirtiendo a Puigdemont, sino sobre todo para que el PSOE no cometa el mismo error vacilante en el que incurrió en la Segunda República.

Antes de seguir hay que dejar claro que Companys no declaró la independencia de Cataluña. Lo que hizo en 1934 el entonces presidente de la Generalitat fue proclamar el Estado catalán, dentro de una inexistente República federal española. No está de más recordar que la República fue un régimen integral unitario, que admitió en algunos casos una descentralización, basado en unos estatutos de autonomía. En virtud de ello, Cataluña alcanzó en 1932 el autogobierno, recuperándose las instituciones de gobierno de las que había gozado en el Antiguo Régimen, entre ellas la Generalitat.

La proclamación de Companys no fue una decisión del Parlamento catalán, sino del presidente de la Generalitat y pretendía precipitar una revolución en la que las fuerzas izquierdistas españolas pusieran fin a la Segunda República y provocasen la constitución de una república federal, en la que Cataluña obtendría una relación bilateral con el nuevo Estado español. Se alcanzaría así la vieja pretensión del nacionalismo catalán de lograr una relación confederal con España, que permitiera entre otras cosas una administración de justicia independiente, sin someterse, por tanto, a la doctrina del tribunal Supremo y sin temer la jurisdicción española, algo que agradecería hoy en día Jordi Pujol. Es decir, salvo en que se trataba de un golpe de Estado, no existe ningún paralelismo con lo que hoy consumará Puigdemont, exceptuando también teorías más conspirativas, que nos llevarían a creer en la existencia de una entente entre el independentismo catalán y Podemos para cambiar el régimen de 1978. Una simple cena entre Pablo Iglesias y Oriol Junqueras son pocos mimbres para abrazar tal tesis, que me limito a consignar.

Volvamos a la Segunda República, gobernada por un ejecutivo centrista, apoyado por la derecha, elegido en las primeras elecciones democráticas de la historia de España, que respondió con presteza y dureza. El Ejército revertió inmediatamente la situación y detuvo a Companys, quien fue condenado a 30 años de cárcel por rebelión por el Tribunal de Garantías Constitucionales republicano. 

En 1936, con Companys en la cárcel, el Frente Popular, una coalición de izquierdas en la que participaba el PSOE, alcanzó el poder. El nuevo gobierno amnistió a Companys y restituyó la autonomía a Cataluña. De esa manera, el dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya recuperó la Presidencia de la Generalitat. El 18 de julio de aquel año, un golpe de Estado militar inició una trágica y larga Guerra Civil. En Barcelona, el alzamiento fracasó, pero la Generalitat fue incapaz de garantizar el orden, que quedó en manos de milicias obreras, especialmente anarquistas, que impusieron su ley y el terror a la burguesía catalana. Francesc Cambó, líder del catalanismo moderado, aplaudió el alzamiento militar y colaboró con el franquismo.

El resto lo saben. El Ejército franquista entró en Barcelona a finales de enero de 1939, siendo recibido y vitoreado por muchos de los que habían sufrido al inicio de la guerra. Companys se exilió en Francia, donde fue detenido por la Gestapo. Entregado a las autoridades franquistas, fue juzgado sin garantías y condenado a muerte por rebelión militar, el eufemismo que el régimen aplicaba a los que habían perdido la guerra. El 15 de octubre de 1940 fue fusilado. Dentro de cinco días, hará de eso 77 años.

lunes, 9 de octubre de 2017

No hay razones para el optimismo

Ocho días después del referéndum ilegal y uno antes de que asistamos en el Parlament a la escenificación que el soberanismo decida hacer respecto a la implementación de aquellos resultados, en los que solo participó un 43% del censo catalán, según los propios datos de la Generalitat, obtenidos además sin una verificación independiente, la tensa situación que se vive en Cataluña parece haber haber llegado al paroxismo. Sin embargo, existen razones para considerar que lo peor está aún por venir.

No comparto el optimismo surgido tras la manifestación de ayer, porque la fractura de la sociedad catalana ha llegado a su máxima expresión. El pesimismo nace del hecho de que no basta con que frente a la minoría mayoritaria independentista, saliese el domingo a la calle, hasta ahora monopolio de los primeros, una multitud de varios centenares de miles de personas, a las que se ha denominado hasta ahora como mayoría silenciosa, o, tal vez con más perspicacia, mayoría silenciada con respecto al discurso correcto establecido por las propias instituciones catalanas a lo largo de las tres últimas décadas de gobierno autonómico. Hace falta un mensaje aglutinador, que triunfe conceptual y emocionalmente frente al elaborado por el independentismo a lo largo de estos últimos años.

Difícil resulta precisar cual de esas dos expresiones de catalanidad cuenta con más respaldo popular, pero sin duda la primera está mucho más cohesionada y estructurada, a través de asociaciones que hasta en su denominación han asumido un lenguaje totalizador, como el ejemplo de la Asamblea Nacional de Cataluña evidencia. En cambio, la segunda carece de organizaciones tan poderosas y que cuenten además con la necesaria financiación, que en el bando rival fluye desde las instituciones públicas. Sociedad Civil, la organización convocante de la manifestación del domingo, no tiene la capacidad para cohesionar del mismo modo a los suyos.

El problema para los catalanes que optan por mantenerse en España se agrava por la división partidista. Mientras que los independentistas han reducido su militancia a un solo partido preponderante, Esquerra Republicana de Catalunya, que utiliza a los radicales de las CUP como fuerza de choque, en una estrategia facilitada por el suicidio del catalanismo moderado de lo que fue Convergència en una pasmosa trayectoria liderada por Artur Mas, los que apoyan la permanencia se encuentran aún más divididos. Los tres partidos que podrían liderar a los no independentistas son rivales contrapuestos en la política nacional, aspirando a sacar réditos a este lado del Ebro de lo que pase más allá. Es más, puestos a cohesionar a la multitud que ayer se manifestó se echa en falta un discurso que englobe las múltiples sensibilidades de los que salieron a las calles de Barcelona. Incluso, uno de esos partidos, el PSC, no convocó formalmente la movilización, evidenciando que los socialistas catalanes aún no han salido del armario, hecho confirmado con la ausencia de su líder, Miquel Iceta, en la más relevante manifestación vivida en Cataluña en los últimos días.

Así que en los dos bloques existentes, las circunstancias son muy diferentes. Frente a unos, cohesionados, disciplinados y decididos, apoyados por un relato épico, solo hay al otro lado, hoy por hoy, una masa muchos menos ideologizada y unida, y que solo puede apelar a argumentos racionales, como la fuga de empresas de Cataluña muestra.

Un terrible choque frentista en el que unos tienen más que ganar que los otros, por mucho que a estos últimos les apoye un gobierno que en su defensa de la legalidad, en vez de hacer prevalecer el Estado de derecho, es capaz de cometer errores garrafales como se evidenció el 1 de octubre. Ese día, los primeros constataron, con alborozo, que sus instituciones y los instrumentos a sus órdenes fueron capaces de imponer sus decisiones, evidenciando la fortaleza del golpe de Estado dado en el Parlament el 6 y 7 de septiembre.

Por todo ello soy pesimista. El único rayo de luz vendría por una elecciones a celebrar cuanto antes, confiando en que eso pararía la pendiente que nos lleva a la violencia, pero siendo conscientes de que tampoco despejaría todas las dudas en Cataluña. Porque, el cohesionado frente independentista no va renunciar así por así a su sueño, que tiene más cerca, practicando el frentismo y la fractura social desde las instituciones, que la democracia, a diferencia de la amalgama que se le opone, que ha de confiar en un gobierno sentido como demasiado lejano.

Una maldición que pagaremos todos, especialmente los catalanes.

viernes, 6 de octubre de 2017

Espadas en alto

El sexto día ha traído un cierto remanso, pero no se engañen: las espadas continúan en alto, esperando los acontecimientos de los próximos días: manifestación el domingo proespañolista en Barcelona, a principios de la semana el pleno del Parlamento catalán, donde el independentismo ofrecerá alguna concreción de sus planes, y nueva huelga general esa misma semana. Mientras continuará el goteo de empresas saliendo de Cataluña, algo que patéticamente desmiente el cerebro del proceso independentista, Oriol Junqueras, y la crispación enredará como buen diablo buscando incrementar el enfrentamiento.

jueves, 5 de octubre de 2017

Todos, más pobres

En el quinto día han salido a relucir los costes económicos de la secesión. Estos se pueden sintetizar en  una expresión: todos más pobres.Los dos grandes bancos catalanes, el Sabadell y Caixa Bank, bajaron ayer un 5 por ciento de su valor en bolsa, ante lo que hoy, sus directivos se han apresurado a filtrar que se están planteando abandonar Cataluña. El batacazo arrastró al selectivo español que perdió casi un tres por ciento.

En la retórica del populismo, auxiliar del nacionalismo, eso solo afecta a las clases pudientes, por lo que, incluso, se regocijarán por ello. Pero, no se engañen, todos seremos más pobres. Y especialmente los más desfavorecidos.


miércoles, 4 de octubre de 2017

Movilización permanente

El día cuatro estamos peor que los anteriores, como les vaticiné. Y así seguiremos, incrementándose el acoso. Las calles tomadas, las carreteras cortadas, los medios de transporte interrumpidos ejemplifican la movilización permanente decretada por el soberanismo. La situación revolucionaria -¿cabe ya otra palabra?- amenaza con desbordar no solo al torpe Estado, sino a los millones de catalanes que no muestren el ardor necesario a ojos de los que han decidido apropiarse del futuro de Cataluña. 

El acoso a policías y guardias civiles y a las sedes de los partidos constitucionalistas se extiende a todas aquellas personas que no ya se oponen, sino que no defienden con el entusiasmo requerido la épica del nacimiento de una nación, relato instalado ya hasta en los medios de comunicación. Son infinidad de casos, que el relieve de Isabel Coixet, ha dado nombre. Pero también todos aquellos que callan hasta en casa, no vaya a ser que sus hijos cometan una indiscreción y sean señalados. Hechos que recuerdan los peores escenarios posibles y las mayores infamias de la Humanidad, mientras asoman los primeros brotes de violencia vandálica.

martes, 3 de octubre de 2017

Peor

Y el día tres, efectivamemente, estamos peor.

Al acoso a las fuerzas de seguridad, vivido en varias localidades catalanas, se ha sumado una huelga, incitada por las autoridades soberanistas. Formalmente, ambas actuaciones protestan por la zafia actuación policial del día 1 de octubre, pero en realidad forman parte del proceso independentista que una parte de Cataluña está imponiendo a la otra. 

lunes, 2 de octubre de 2017

Malos tiempos

Lo auguré la semana pasada: el día 2 estaríamos peor que el 1. En concreto, el planteamiento contitucionalista, defensor de la democracia que vivimos desde hace cuatro décadas y que ha permitido a España las mayores cotas de desarrollo de toda su historia, ha salido trasquilado de la jornada vivida ayer en Cataluña. Pero también, ha dejado pelos en la gatera, su rival, el independentismo catalán, aunque hoy celebre, con toda la razón, un enorme éxito de comunicación en su relato, que por primera vez ha llegado al mundo, a las opiniones públicas de los países democráticos que horrorizadas ante las imágenes de violencia, presionarán a partir de ahora a sus gobiernos para que atiendan a lo que pasa en ese terruño mediterráneo. Y sobre todo, hemos perdido -y mucho- aquellos que no hacemos de las identidades nuestra guía de conducta humana, porque ayer triunfaron a ambos lados del Ebro las minorías que no admiten la disidencia, arrastrando a los tibios al enfrentamiento.

Un prólogo de ello lo vimos ayer con esas imágenes de la Guardia Civil y Policía Nacional reprimiendo a quienes querían participar de una votación. Y también con esas turbas tirando piedras y ahuyentando a esas mismos cuerpos de seguridad al grito de fuera las fuerzas de ocupación. Pero solo es el inicio, de un período largo en el que la violencia se enseñoreará.

Porque asistimos a todo un "coup de force" entre dos posiciones antagónicas que no buscan el acuerdo y en el que por supuesto la democracia es un mero instrumento, muchas veces más invocado que respetado. Los independentistas perpetraron los pasados 6 y 7 de septiembre un golpe de Estado en el Parlament con una ejecución brillante, ante la que el gobierno de España no supo reaccionar, ni siquiera como contrarrelato que diera a conocer en el mundo la "democracia" a la que aspiran los secesionistas. Ayer, recuperaron a nivel interno mucho del terreno perdido con aquella cacicada, que les va a permitir con el 42% de participantes en el reféréndum -en el mejor de los casos- proclamar la independencia. Adobarán esa declaración unilateral con huelgas y tomas de las calles, buscando una vez más la torpeza del gobierno y basándose en el victimismo como guía de su actuación, hasta que todo estalle. 

Ese día nos daremos cuenta de todo lo que hemos perdido.